“Ha abierto los ojos dos minutos antes de que le sonara el despertador.
Cada lunes le pasa igual, dos minutos antes de las ocho de la mañana se
despierta y ya no se puede volver a dormir, sólo que hoy lo ha hecho agitado
por el ruido del viento. Toda la noche ha oído cómo las ramas de los árboles
que rodean su casa se agitaban y ha notado cómo se colaba un ligero soplido por
debajo de la puerta, una voz ronca que resonaba en todos los rincones de la
habitación, como si detrás del armario o debajo de la cama se escondiera un
hombre alto y gordo con un altavoz, susurrando y gritando a la vez. Sin querer
se está volviendo a dormir pero lo que le despierta, a las 8 de la mañana del
lunes 2 de febrero, no es el despertador: es la ráfaga de viento más fuerte que
ha oído nunca. Abre los ojos y mira aterrorizado a su alrededor…”
El viento había impactado con la
ventana, y ésta había cedido ante la fuerza del anterior. Además de hacer
añicos su cristal, la fuerte ráfaga penetró en la habitación y hizo que se
extendiera el caos por todo el lugar. Su habitación, que permanecía siempre
limpia y ordenada, había visto el orden modificado por un montón de libros que ahora
se encuentran por todo el suelo de la habitación, la ropa del día siguiente moviéndose
sin control a lo largo del lugar, y miles de pedazos de cristal escampados por
el pequeño cuarto.
Al cabo de unos segundos, se hace la
calma. Iván, aterrorizado, se quita las sábanas que le han protegido y se
levanta, y vigilando en no clavarse ningún pedazo de cristal se pone las
zapatillas. Entonces, se dirige a la ventana para ver el estado de la calle, y ésta
misteriosamente está en perfectas condiciones. Iván, que no entiende la
situación, se dirige a la puerta, pero es entonces cuando una segunda ráfaga,
aún más fuerte que la interior, golpea la casa.
El viento descomunal penetra de nuevo
en la habitación, e Iván, que está expuesto a la terrible ráfaga, cae al ser
arrastrado por el viento y chocar una pared. Además de perder la consciencia,
el golpe que acaba de sufrir provoca que se rompa el brazo derecho. Iván nunca
había imaginado que se rompería el brazo de tal manera, y menos que sería justo
un día después que le sacaran la escayola.
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